martes, 18 de noviembre de 2008

Guerra sucia / Roger Santodomingo

La guerra sucia en las campañas electorales siempre se devuelve contra el agresor. Especialmente cuando el arma es la mentira. La mejor respuesta debería ser ninguna porque la verdad es una línea en el tiempo y siempre aflora. Sin embargo, en las campañas esa línea es corta y delgada. De hecho, para el caso que nos ocupa, es de menos de una semana y los daños pueden ser irreparables. Un comando de campaña responsable debe contar con mecanismos de defensa; la audiencia debe estar avisada sobre cómo desactivar la manipulación y los periodistas en alerta para denunciar las jugadas desleales.

Es obvio el enorme poder comunicacional del Estado y cómo ha sido empleado por el Comandante Ponzoñita en los últimos meses para su objetivo de “pulverizar” a los adversarios de los candidatos rojos. Siempre las campañas de insultos y difamación se dirigen contra los que, con su liderazgo propio, se convirtieron en amenazas para su hegemonía. Pero en ninguna de las regiones clave, la acción verbal violenta ha logrado su objetivo. En Zulia el liderazgo de Rosales luce indiscutible ahora que se les amenaza con encarcelarlo. En Sucre le salió el tiro por la culata. Hasta Carúpano fue la ponzoña oficial para llamar “adeco ladrón” al independiente Eduardo Morales Gil, al mismo hombre a quien, pocos meses antes, había alabado por su trabajo académico y por la honestidad de su gestión como primer gobernador electo de la región. Cuando los medios mostraron en video la inconsistencia del discurso presidencial, la mentira expuesta ayudó a apuntalar el favoritismo del candidato unitario.

Pero resulta menos obvio el poder frío y anónimo de la guerra sucia que se libra con mensajes virales en la Internet, por mensajes de texto y con el telemarketing automático. La utilización de medios electrónicos para el descrédito es sofisticada. El acceso a ellas también es mayor. El propio gobernador del estado Miranda y candidato a la reelección, Diosdado Cabello, se queja de los SMS que anuncian su renuncia a la candidatura ante su incapacidad para superar ese 3% de apoyo que confesó tener por si solo, sin el respaldo del Presidente. La queja en sí, da cuenta del poder de penetración y la íntima complicidad con el elector que exhiben los email y mensajitos de texto.

En efecto, aunque es un campeón de las estrategias de destrucción moral, estas no son exclusividad del Comandante Ponzoñita. El fuego de morteros a lo largo de las fronteras de la polarización entre revolucionarios y demócratas, también hace estragos al interior de los bandos en pugna. Quizás los casos más patéticos sean Chacao y El Hatillo, pequeños pero emblemáticos municipios donde la oposición tiene asegurado el triunfo. La aspiración unitaria no se cristalizó allí porque no era necesaria para derrotar al chavismo. Lo conducente era una campaña electoral, con todas las de la ley, para escoger la opción que realmente favorece la mayoría. Quizás por esto mismo esperábamos ver allí una vitrina del espíritu democrático deseado para todo el país.

Pero, como bien lo recoge la periodista Briamel González en El Universal del viernes 14 de noviembre el caso de El Hatillo es una vitrina, pero de la guerra sucia. La lucha entre las dos favoritas de la contienda, separadas por escasos puntos porcentuales, está teñida por la infamia. En El Hatillo, una consumada activista opositora como Delsa Solórzano ha sido etiquetada como “chavista tapada” por que su apellido es el de su supuesto padre, el militante chavista Francisco Solorzano (falso); su esposo, un hombre bueno, ha sido acusado de nexos con el crimen organizado (falso); el apoyo que recibe de otros candidatos ha sido denunciado como operación financiera (falso); el hecho de que ahora deba usar muletas, a que quiere aparecer como víctima (falso, de hecho, la candidata sufrió una grave quemadura durante una caravana en moto que le implicó un transplante de piel en una pierna).

Acá, lo ético para un periodista es desnudar al agresor escondido en rumores que se difunden por correo electrónico, en foros digitales y vía telefónica, aunque el riesgo sea convertirse en blanco de su inquina. Este tipo de tácticas de la vieja polítiquería, con las tecnologías de la nueva era, ayudan a afianzar la creencia de que la política es un estercolero, arrima agua al molino de la abstención y amenaza parte de la cosecha de votos para la gobernación de Miranda y la Alcaldía Mayor. En la recta final, nuestro llamado es a cerrar como debieron empezar: con una campaña de altura que seduzca a los electores, para que voten no por rabia, sino a conciencia, por lo mejor. Los electores no son tontos, al final terminan favoreciendo a la víctima de la guerra sucia. Yo lo haría.

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